Me tiritan las manos, me cuesta achuntarle bien a las teclas del computador; me acaba de sacar la xuxa la campeona mundial de boxeo tailandés, Daniela Callejas. Casi me rompe la nariz, una experiencia increíble, dura y kamikaze. Pero ¿cuántas veces en la vida tenemos la oportunidad de que quien nos saca la xuxa sea la maestra mundial en sacar la xuxa?
La idea es poder relatar la experiencia de hacer lo que siempre quise hacer y que a mis 35 años, aún no he hecho. No me estoy haciendo cada día más joven, llegará un momento en que habrá ciertas cosas que simplemente no podré hacer. No tengo tiempo que perder. Supongo que nos pasamos la vida queriendo hacer mil cosas que no hacemos, la rutina y la cotidianeidad nos despojan de la locura, y si hay algo que no podemos permitirnos son los sueños frustrados. Yo decidí entonces, que mi lista de sueños tendiera a cero en la categoría “frustrados”.
Martes a las 19:30 horas me habían citado al gimnasio, el equipo de El Deportero quería la exclusiva de mi experiencia y tuvieron la brillante idea de hacerme luchar con la cabrona de las cabronas, y me pusieron en frente a Daniela Callejas, campeona mundial de Muay Thai; una chilena criada en este fin del mundo, que le vuela la raja a las favoritas de siempre de Tailandia, Vietnam y Portugal. The real warrior chilensis. Me enamoré un poco de ella, es que las mujeres con esa determinación, ese poder, esa humildad y esa capacidad infinita de dominar su cuerpo, me enamoran.
Me recibió en el gimnasio un hombre maravillosamente tonificado, en “chorcitos” muy cortitos, con el abdomen perfecto, y como si esto fuera poco, se hace llamar Huracán. A los pocos minutos me entero que es otro seco pa la chuleta, que es entrenador y que por si acaso, es además pareja de la campeona; por lo que de forma inmediata dejo de mirarlo con ojos de cochiná y pongo pausa al crecimiento de colmillos.
Me cuentan que seré parte de una clase de Muay Thai para que conozca cómo se entrena. No pasa ná, les digo; yo quiero pelear. Pero cómo vas a pelear si es tu primera vez. Yo no solo quiero pelear, quiero que la campeona mundial me saque la xuxa. Si voy a tener la oportunidad de estar con ella, quiero enfrentarme a ella como debe ser, sin pendejerías ni misericordia, quiero lucha en serio, aunque me haga mierda, tengo cojones y quiero usarlos.
Huracán abría los ojos como si le mostraran un kilo de oro, le gustaba lo que escuchaba. Daniela no estaba muy convencida. “No tenía pensado pelear, no me dijeron que era con pelea, pensé que era solo un entrenamiento”, me dijo bastante complicada. Ella sabía que podía matarme en 30 segundos, es una buena mujer y no quería hacerme daño.
“Dani, vine a eso, si tú no peleas y me sacas la cresta, esto no tiene gracia alguna, no vale la pena que haga esto si no demuestras que podrías matarme si quisieras”, le dije muy convencida de que la gracia está en ir al sacrificio, a los leones de verdad, de lo contrario me sentiría en una farsa. Ella me miró a los ojos, vio que yo estaba absolutamente convencida de hacerme patear el trasero. Accedió entonces a sacarme la xuxa.
Partió el entrenamiento, yo sudaba de sólo pensar que en mi calidad de gorda lechona asumida y una rehabilitada de eso de hacer deporte, tendría que rendir, no podía guatiar, dar jugo no era una opción. Me vendaron las muñecas y nudillos, ya me sentía como Rocky Balboa, con vendas rosadas, porque lo violenta no quita lo mina. Luego aparecieron los guantes, los vi y me brillaron los ojos, todos hemos querido ponernos guantes de box. El que no ha querido, no tuvo infancia. O no fue una marimacho como yo. Con los guantes puestos y sintiéndome como OJ Simpson, traté de sacarme el calzón cuneteado del poto, pero descubrí que con guantes de box, ese tipo de feminidades, no son posibles de llevar a cabo. Flexiones, conchatumadre… fue como pedirme que saltara al vacío mientras tomaba una taza de té sin chorrear, esas cosas que se sienten imposibles.
Sentadillas, golpes al saco con los puños, con los codos, patadas y rodillazos, ahhhhh los rodillazos. Ya me veía usando esos rodillazos fuera del gimnasio, con uno de esos espontáneo logré que alguna vez no me robaran mi teléfono, uno de esos instintivos hizo que un lanza se fuera aullando como perro herido y que mi dignidad de rubia corta de patas quedara intacta. Era hora de aprender a dar esos rodillazos de forma profesional.
Sólo entrenábamos, me mostraba los golpes, me hacía practicarlos, y yo ya sentía que no tenía saliva, que tragaba sangre, que mi cara se volvía un tomate angolino, que era una bomba de tiempo a punto de explotar. Pero el desafío era pelear, y esa weá no me la iba a perder, había que respirar profundo y aguantar.
En la universidad fui parte de la selección de judo, fui a campeonatos y hasta gané medallas; pero no por ser seca peleando, si no por ser lejos la más kamikaze; era técnicamente pésima, desordenada e indisciplinada, pero con una capacidad de aguante casi sobrenatural, era incapaz de hacer puntos a mi favor, pero tenía toda la garra para dejarme golpear, asfixiar, inmovilizar y no rendirme. Mi aperramiento hacía que yo no ganara combates, pero que mi equipo ganara campeonatos, yo hacía número en mi categoría y mi único objetivo era resistir en nombre de los demás, permanecer en el tatami sin morir, y mucho menos sin cometer la ordinariez de rendirse. Esta vez, era lo mismo, y dicen que los músculos tienen memoria, yo sólo esperaba que los míos no sufrieran de Alzheimer.
Llegó la hora de la batalla. Huracán fue el árbitro, miró a los ojos a Daniela y le pidió que fuera una bonita pelea, esos ojos decían “no la mates”. Huracán me miró con cara de “pobre cabra, no sabes lo que haces” y me explicó cómo debían ser los golpes y por sobre todo remarcó que nos protegería de la violencia innecesaria. Golpeamos los guantes y la gente sentada alrededor del tatami, pensó en ese momento, que la carnicería sería hermosa. Yo también lo creí, la diferencia con el público, es que yo quería que así fuera.
Una mujer que tiene al Club de la Pelea entre sus pelis favoritas, espera que la pelea sea digna y sin piedades. Lancé la primera patada, me sentí un Bruce Lee con sobrepeso, una Jackie Chan con tetas, y entonces levanté la guardia, se venían las patadas de la campeona. La weona patea fuerte, y de pronto vi que fui capaz de atajar un par de buenas patadas, hasta que llegó una que me aforró entre el cuello y la oreja, fue un segundo de mareo, pero fue el momento en que sentí que ella peleaba, sí, me cuidaba para no matarme, pero había entendido que yo la quería fuerte, que no quería concesiones, esa patá en la cabeza me hizo querer seguir luchando, no era tongo, estábamos peleando, me estaba doliendo, me estaba picando. Y también entonces, ilusamente, quería sacarle la xuxa a Daniela.
De pronto, cuando ya me sentía digna rival de la mundialera, me llegó un combo en el hocico tan bello, que sentí que me había roto la nariz, y no atiné a otra cosa que reírme, era la sensación del triunfo de los cojones, la victoria de una mujer con ovarios bien puestos que recibía un golpe perfecto de la más bacán de todas. No sangré, eso le restó dramatismo, seguí peleando. Fue cuando el público se entusiasmó conmigo, fue entonces cuando ellos entendieron que no era la mina haciendo el mono para la tele, era una de ellas, que quería ganar la pelea y seguir en pie. Claro, una de ellas pero en versión pelotuda, pensando que de verdad podía pelear de igual a igual con la campeona mundial en mi primera pelea de la vida y sin entrenamiento. Lo mio es estupidez, pero una estupidez de tal adrenalina, que no sentía dolor, sólo quería no rendirme. En el tercer round, ya estaba echa mierda, no me podía las piernas, no era capaz de patearla, mi memoria emotiva me llevó a las peleas de Martín Vargas, y entonces le puse como 5 combos seguidos, creo que de esos 5, solo 2 la tocaron, el resto fue al aire, pero no importaba, recuperaba los bríos y mi orgullo en cada puñetazo.
Huracán terminó la pelea, levanté los brazos como si hubiera ganado, para mi estar de pie y consciente, ya era suficiente recompensa, había sobrevivido a varias patadas en la guata, una en la cara y un combo directo a la nariz. Me sentía una campeona de la sobreviviencia, una vez más. Daniela me miraba con cara de “perdóname”, yo la miraba con cara de “gracias”, la abracé con fuerza, ella había sido una rival respetuosa de mi orgullo y no solo de mi dolor, me dio duro, porque sabía que era eso lo que haría de esta una pelea razonable y entendió que pese a mi inexperiencia en su disciplina, no estaba para tongos cursis de cariños disfrazados de golpes. Esta pelea era de verdura. Tal como será mi dolor de culo mañana, tan de verdad como el dolor de nariz que aún tengo, tan real como que no podré levantarme mañana sin quejarme. Gracias Daniela, gracias por sacarme la xuxa.
Escrito por Bernardita Ruffinelli
Fotos y videos: Daniel Arellano
Agradecimientos especiales a Daniela Callejas y Juan Carlos «Huracán» Coria
VÍDEOS: Revisa la lista completa de vídeos de esta actividad en el canal de Youtube de El Deportero
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3 respuestas a «Vivencial: #SiempreQuise Pelear contra una campeona mundial de sacar la xuxa»
Muy buena nota si hasta a mi me dieron ganas de que me sacará la miércale (ojo que sólo lo que duró la nota) jijiji…. ahora a apoyar a Dani y a Huracán para que puedan viajar al mundial en Tailandia y obtener el Bicampeonato…
Bernardita notable tu aguante y la llave a Salfate..!!!!
Falto que le dieran una patá en’lo’sico bien fuerte para ver si se le arreglaban los dientes!!!