Para qué vamos a estar con cosas. No fue un buen año para el tenis chileno.
Un año lleno de partidas falsas, de polémicas fútiles y de constante relegación al segundo (y hasta tercer) plano en el mundo del deporte blanco. Cuando allá por 2013 el debut triunfal de Christian Garin en el tristemente desterrado ATP de Viña anunciaba la emergencia de una nueva generación para el alicaído tenis nacional, pocos hubiesen imaginado que tres años después la situación no estaría tan brillante como se esperaba. Y es que todo hacía presagiar un escenario de nuevo esplendor para el país en el futuro cercano: era cosa de tiempo, se dijo.
Banderas en mano, los reducidos pero incansables fanáticos del tenis esperaron cada torneo durante tres años, con la esperanza de que fuese, ahora sí, el despegue definitivo de Garin, o de Nicolás Jarry, Gonzalo Lama o incluso Bastián Malla, otros nombres que aparecieron con la marea generada por el triunfo del nacido en Arica en la arcilla viñamarina. Esa tarde de febrero surgieron, por generación espontánea, miles de nuevos fanáticos que amplificaron el murmullo que se venía gestando en el ambiente desde hace algunos meses. Tenemos una nueva esperanza, una nueva generación dorada, un nuevo salto a las grandes ligas… era cosa de tiempo.
Pero el tiempo, inevitablemente, va dejando a un lado las pancartas y las acaloradas predicciones de una tarde feliz. Pasaron semanas, meses, años, varias decenas de torneos y los fanáticos espontáneos, que soñaron con volver a usufructuar de los triunfos ajenos tal como lo hiciesen durante quince años, fueron desentendiéndose del asunto; los resultados, algunos azarosos y otros no tanto, ocupaban un espacio cada vez más reducido en la siempre oportunista prensa nacional.
Pasada la marea, la realidad demostró ser mucho menos colorida. O mucho más realista, valga la redundancia. Nuestros noveles tenistas comprobaron que la salida de los Challengers puede ser mucho más difícil, fangosa y estrecha de lo que anunciaban los cantos de sirena en el ya lejano año 2013. El despegue inmediato no llegó y fueron apareciendo las desconfianzas, las críticas, las lesiones, las insoslayables dificultades que debe superar un deportista del tercer mundo. El vértigo se hizo inmanejable, la presión había sido demasiada.
Al momento de escribir estas líneas, Chile tiene seis tenistas entre los 500 primeros del orbe: tres menos que a principios del año anterior. De ellos, uno merece una mención especial, aunque no se relacione directamente con el tema principal de la columna. Inteligente, Hans Podlipnik comprendió que a sus 27 años lo mejor que podía hacer era sacar el mayor provecho a sus virtudes. Entró de lleno en el incierto mundo de los dobles y el éxito fue rotundo (hoy ronda el puesto 70), a la vez que sus bonos en singles subían a un ritmo que, aunque menor, lo posicionaban sin mayor discusión como el número uno del país.
Sacando a Podlipnik y a Juan Carlos Sáez (injustamente desconocido por la mayoría, fue otro que entró sorpresivamente en la consideración general, aunque disminuyó el ritmo a fines de año), el resto de las raquetas chilenas ubicadas en el top 500 no supera los 22 años. Los ya señalados Garin y Malla son los más jóvenes, ambos con apenas 19 años. Vivieron, al igual que Lama y Jarry, una temporada de altibajos y contradicciones. Este último incluso ganó un partido ATP y estuvo cerca en otros dos, aunque no se adaptó bien a los cambios de superficie y terminó mermado por las lesiones. Por el contrario, Garin, Lama (cuyo juego, aunque llena mi gusto, tiene algunas falencias técnicas a mejorar) y en menor medida Malla obtuvieron sus mejores resultados en la parte final de la temporada, lo que permite elevar las expectativas para el año entrante.
El caso del ariqueño es paradigmático y de algún modo sirve para ilustrar la situación actual del tenis chileno (dentro de lo estrictamente deportivo, claro…). Salvo una actuación puntual en Santo Domingo y los predecibles aunque valorables triunfos en Copa Davis, los primeros nueve o diez meses del año fueron de mucho más de oscuros que de claros en la carrera del “Tanque”. Dio un certero golpe de timón e intentó, nuevamente, corregir el rumbo separándose de su entrenador. Desgastado y amurrado, necesitaba un cambio de aire, el que, acompañado de Jorge Aguilar, le trajo las mayores satisfacciones de la temporada: cuartos en Montevideo (venciendo por primera vez a un top 100) y semis en Buenos Aires, este último con el agregado de haber surgido de la qualy y haber apeado en sets corridos a tres jugadores ubicados arriba del puesto 160. Justo cuando parecía retomar su forma, la temporada acabó. Para el próximo año las metas son claras: radicado en el viejo continente, con entrenador español (Javier Duarte) y una base física y mental fuerte, traducir por fin su enorme talento en éxitos crecientes que se mantengan en el tiempo.
Se me pregunta por proyecciones para el año que comienza. Es difícil. Tan groseramente manoseada en los últimos tiempos, la palabra correcta es incertidumbre. Una incertidumbre que, al contrario de lo que estamos acostumbrados, tiene matices bastante positivos. Aunque esta reflexión exhiba un realismo fácilmente confundible con pesimismo, personalmente sigo creyendo en las virtudes de Garin (quien, creo, tomó ahora el camino correcto), Lama, Jarry, Malla, y también de Podlipnik, Sáez y Marcelo Tomás Barrios, otro que se comienza a sumar al grupo de nombres a seguir. Sin descuidar, por cierto, la curiosa aventura otoñal de Julio Peralta y el incombustible esfuerzo de Rivera y mi tocayo Cristóbal Saavedra, así como tantos otros (incluidas las mujeres, lideradas por Daniela Seguel) que, raqueta en mano, sueñan con alcanzar la esquiva fama internacional. ¿Títulos a nivel Challenger? ¿Regreso a los Grand Slams? El tiempo dirá.
“Me tienen harto con eso de que tenés un gran potencial. Quiero que digan: ‘qué bueno sos…’” le dijo Horacio de la Peña a Fernando González en la antesala de uno de sus primeros torneos importantes. En esa meseta brumosa se ubica hoy el tenis chileno. Con un complejo lío dirigencial como incómodo (aunque claramente pasajero) telón de fondo, los motores se encienden otra vez y las ilusiones se vuelven a poner en marcha.
Escrito por Cristóbal Karle Saavedra / @crustaceokarle
Foto: Archivo Agencia Uno
Nota bajo la licencia Creative Commons 3.0 (Algunos derechos reservados)